En el día de los muertos, visita conmigo el Cementerio de Père-Lachaise: un lugar único en el mundo, ubicado en París. Comparto contigo una anécdota personal en la que el mundo de los vivos y el de los muertos se entrecruzan.
Fue en la década de los 70 cuando escuche hablar por primera vez del Cementerio de Père Lachaise de París mientras estudiaba literatura francesa. Evidentemente, en aquel entonces no existían celulares, ni televisión satelital ni Internet. No existía nada que pusiera en contacto -como hoy en día- lugares distantes del planeta, más que uno u otro documental o revista. No sé por qué, pero la lectura me transportó al corazón de París donde Père-Lachaise se encuentra. Me prometí ir allí alguna vez.
¿Qué loco no? Amo los rincones de París más que les Champs-Élysées y la Torre Eiffel y si alguien me hubiese preguntado que quería conocer en París, eran tres lugares: Notre-Dame, Sacré Cœur de Montmartre y el cementerio de Père Lachaise. ¿Qué visitaría en este último? Pues la tumba de Chopin y de Edit Piaf. Luego lo que encontrase porque tenía poca información.
Corría el mes de enero de 1996. Era un mes frío y lluvioso del invierno parisino. En una tarde muy gris, yo llegué a la puerta principal del cementerio de Père-Lachaise.
No había ni un ser vivo a la vista en todo el cementerio, ni siquiera en la cabina de vigilancia donde yo creía que iba a poder encontrar una guía donde buscar las tumbas que quería visitar. Eso me obligó a aventurarme sin saber a donde iba y sin tener a quién preguntar.
Comencé a caminar por la avenida principal y a poco de hacerlo comenzó a definirse al fondo de la avenida un enorme monumento.
A medida que me acercaba se veían esculturas de figuras humanas ingresando en lo que yo relacione con el Hades.
El Hades era para los griegos «el infierno». Su concepción metafísica distaba mucho de la visión católica, porque el infierno para los griegos era el lugar donde habitaban los muertos. En él no había resurrección y reinaba el dolor de no poder existir ni vivir en el mundo físico. Para ellos no era el reino del mal que concibió como estereotipo la iglesia.
La imagen era impactante.
Hoy sé que ese es el Monumento a los muertos «Aux morts», esculpido por pintor frances Albert Bartolome. Este tardó 12 años en terminarlo.
Este monumento fue inaugurado en el día 24 de Junio del año 1899 (¿Habrá sido casualidad la elección de la fecha o la energía hipnótica de este monumento guarda relación con «su nacimiento»?). Este fue bien acogido por la crítica de la época, salvo por la Iglesia Católica que lo considero un monumento pagano porque no dejaba espacio para la esperanza de la resurrección ni de la vida eterna. Aparenta centrarse en expresar el dolor de la muerte y la pérdida tanto de los que se van como de los que quedan recordando mas a la historia de Orfeo y Eurídice que al túnel de luz que dicen experimentar los que viven experiencias después de la muerte.
De pronto comencé a escuchar en mi mente «La Polonesa» de Chopin.
Quien no ha experimentado lo que llamamos «el fenómeno psíquico» puede que le cueste comprender lo que significa estar de este lado y del otro en forma simultánea. En aquel entonces mi percepción extrasensorial era algo que venía sin mediar mi voluntad. Y me dejé llevar como si fuera un ratón siguiendo al flautista de Hamelin pero en lugar de hacia la puerta de salida, comencé a caminar por los senderos entre las tumbas. Al cesar la música, vi una tumba llena de flores frescas ¿Y saben qué? Era la tumba de Chopin.
Yo sé que encontrarla así, fue como hallar una aguja en un pajar de más de un km cuadrado de extensión!. Ignoro qué fue lo que me unió con él en ese puente psíquico que me permitió encontrarlo. Me dio alegría no solo por la experiencia sino por el regalo recibido desde el espíritu.
En los viajes posteriores no regresé más a Père-Lachaise hasta mayo de 2018. Esta vez pude admirar el maravilloso arte funerario reunido en este predio parisino de 49 hectáreas con cerca de 70,000 tumbas y más de 5000 árboles. Es el espacio verde más grande de París. ¡Qué cantidad de pájaros cantaban! y hay también muchos gatos. La tarde primaveral se prestaba a caminar por sus senderos. Había mucha gente visitando tumbas familiares. Père-Lachaise es un lugar único en el mundo. En sus callecitas el tiempo se diluye para permitir el encuentro de los vivos y los muertos.
Su fama mundial se debe a la gran cantidad de personajes famosos que descansan allí. No solo está Chopin, sino que también podrás encontrar al pintor Eugène Delacroix, a los escritores Oscar Wilde y Jean-Baptiste Poquelin (Molière); al famoso Jim Morrison, el líder de The Doors, a María Callas,Yves Montand y su amor Simone Signoret y a la extraordinaria cantante cuya voz es hasta hoy, símbolo de Francia: Edith Piaf.
Tal como ocurrió la vez anterior, tampoco pude llegar a visitar la tumba de Edith Piaff porque su tumba queda en una entrada diametralmente opuesta a la puerta principal y quería recorrer el mismo camino que recorrí la primera vez, con otra visión más de 20 años después.
A Edith Piaf se la siente en las calles de París junto al Sena… En los bateaux mouches al atardecer, navegando por el Sena…
¿Quién fue Père La Chaise?
Quien le dio el nombre a este cementerio fue el padre jesuita François d’Aix de La Chaise (1627-1709). Fue amigo y confesor del joven rey Luis XIV.
El cementerio de Père Lachaise se encuentra sobre una de las siete colinas de París, la colina de Charonne. En el siglo XVII, se hallaba en este lugar la casa de campo veraniega y los viñedos de la orden jesuítica. Allí se refugió el rey Luis XIV cuando se produjo una sublevación popular. Más tarde instaló allí a su confesor conocido como père La Chaise, quien le daría su nombre al lugar. A la muerte de este, la orden no pudo pagar los impuestos y fue expulsada del lugar, pasando la propiedad por distintas manos. Un siglo después, el cementerio de los Inocentes, ubicado en el centro de París, fue cerrado debido a su insalubridad. Con el propósito de abrir otra necrópolis fuera de la Capital se adquirió esta propiedad abandonada en el este de París. En la primavera de 1804, se inauguró el cementerio, diseñado por Brongniart (el arquitecto del Palacio de la Bolsa de Valores), con el entierro de una niña de cinco años, Adelaide Paillard de Villeneuve. El cementerio no fue bien aceptado porque los parisinos no querían ser enterrados en un lugar tan pobre, alejado y a tanta altura. Para cambiar su punto de vista se trasladaron allí las tumbas de Molière, La Fontaine y la mítica pareja Eloisa y Abelardo (un amor imposible). Los historiadores coinciden en que no se hallan allí estos restos, pero que esto logro la finalidad deseada que el cementerio adquiriese popularidad.
Descripción del monumento «Aux morts» publicada por el historiador de arte Andre Michel, Journal of Political and Literary Debates (3 de mayo de 1895).
Este describe el modelo de yeso presentado en el Salón de 1895 para el cementerio Père-Lachaise, conservado en el Museo de Bellas Artes de Lyon .
«A la izquierda, y siguiendo una línea ascendente, una mujer se sienta, con el cabello desatado, la frente entre las manos apretadas, llevando a su bebé sin vida sobre su hombro desnudo; detrás de ella, una joven se apoya contra la pared y un joven agachado tiembla de angustia; una mujer arrodillada, con los dos brazos cruzados violentamente, hace una venda en los ojos por no ver la puerta oscura cerca de ella. Su mano descansando tiernamente sobre su hombro, su compañera le da un beso supremo. Apoyados uno contra el otro, en un último grupo, con los rostros ocultos por sus brazos anudados o sus manos suplicantes, otros dos desafortunados esperan una muerte inexorable.
– Y por otro lado, siguiendo una línea descendente, una teoría similar es parte de ella. Es un hombre asombroso que, con ambas manos, se aferra al borde de la puerta por el que cruzará el umbral. Una mujer arrodillada, doblada sobre sí misma y postrada, con el rostro en el suelo. Una virgen, sus manos entrelazadas en una contemplación silenciosa y ardiente. Una niña cuyos hombros delgados están como sacudidos por horror, y un poco más adelante, una mujer con cabello largo y despeinado, sucumbiendo bajo la carga de su angustia, sostenida por el abrazo fraterno de una amiga. Una joven, en el momento de embarcarse en el camino doloroso, de repente se da la vuelta y, arrodillada en el suelo, con su hermoso torso enderezado, envía, con los dedos, unida en sus labios aun sonriendo, un ferviente beso al querido pasado que deja, una suprema despedida de la vida. Cada una de estas figuras lleva consigo su sudario y la cortina, siempre simple y amplia, acompaña y se extiende desde sus ondulaciones y sus pliegues que caen, la dulzura, la resignación, la tristeza y la belleza de los gestos que traducen en los ojos los sentimientos de las pobres almas humanas ante el trágico misterio de la muerte.
Pero una pareja ha entrado en la bóveda y, afeitando a ambos lados la pared del estrecho corredor, se hunde en la sombra que ya la envuelve. El hombre ha pasado primero y su compañero, en un encantador gesto de abandono, suave llamada, cariñosa ternura, se apoya en su hombro y parece más confiado, casi alegre, ahora que ella está unida. El más allá con la persona que ama, más tranquila, en cualquier caso, que la multitud de aquellos que, afuera, esperan en la ignorancia y la angustia.
Debajo, en el centro de la base masiva que soporta esta escena, se excava una gran bahía; Debajo del arco, bajado de una bóveda, un hombre y una mujer yacen juntos, con las cuatro manos unidas y los rostros juntos; un niño es arrojado sobre sus cuerpos, arrodillado sobre ellos, se abre una figura radiante, como para un gran crecimiento, sus dos brazos extendidos; los que descienden a la tierra de sombras, una luz brilla»
El miedo a la muerte y el dolor por la pérdida son sentimientos humanos. El autor del Monumento a los Muertos del cementerio de Père Lachaise así lo plasmo. ¿Qué nos provoca temer a la muerte? ¿Qué se oculta realmente tras esa visión dramática?
La respuesta a esta pregunta surgió mientras canalizaba Akkor, La Puerta de la Esperanza. En ese conocimiento se van creando puentes de luz desde cada chakra de nuestros 33 cuerpos espirituales que forman el Adan Kadmon o cuerpo de luz y con cada parte del cuerpo humano.
Cuando llegue a la Tiroides, se me presento la imagen de este monumento ¿Por qué? Pues porque la palabra tiroides significa puerta. Anatómicamente, tiene dos pilares que forman una abertura trapezoidal, tal como la puerta que atraviesan las almas en el monumento de los muertos. Energéticamente, del lado donde se ven en la escultura las almas que son atraídas a ese vórtice, están los siete rayos cósmicos que identificamos en este mundo, porque en él, el Uno, se disocia en los distintos aspectos que muestra nuestra realidad. Pese a que el dolor existe desde este lado, al atravesar la puerta se unificarán con la Divinidad. Serán uno, regresarán a la fuente divina Dios.
La resurrección está allí.
La vida eterna está allí, pese a que desde nuestro lado y el de aquel que teme atravesar el umbral, se ve la separación, la dualidad, el miedo.
La piedra no permitio ver la trascendencia tal como el mundo físico ilusorio en que vivimos nos engaña haciéndonos ver separados.
Si quieres leer historias de las tumbas de los personajes allí enterrados, lee aquí.
Que pases un Día de los Muertos celebrando la vida y recordando con alegría a quienes amaste y ya no están contigo.
Un abrazo de luz
Brinda Mair